Si te gusta el perfil bajo, la corrección de estilo free lance te garantizará mantenerlo a rajatabla. Aunque seas el mejor corrector de Latinoamérica será imposible rastrearte por los libros que corregís porque nunca se imprimirá tu nombre en la página de los créditos.
Supongo que por eso los correctores solemos ser personas hoscas, hurañas y amantes del silencio. Pero además nuestro trabajo exige calma y bajos decibeles, es decir esos rincones de la casa y del mundo —cada vez más escasos— que escapan a la mundanal estridencia.
Modus esperandi
Recuerdo que cuando era chico, siempre que encontraba alguna errata en el libro que tenía entre manos, en algún momento de su lectura buscaba el nombre del corrector. En los años sesenta casi todas las editoriales hacían constar el nombre de ese anacrónico personaje.
A partir de la década del noventa esa buena costumbre empezó a escasear y hoy ya casi todas las editoriales no incluyen nuestros nombres en los créditos. No queda claro el motivo, ya que sí constan los de diseñadores y traductores. Nosotros seguimos en modus esperandi.
¿Será que debemos poner nada más ni nada menos que «manos a la obra»? Conociendo el modus operandi de las editoriales, tenemos que luchar por dejar de ser la vergüenza de la familia y exigir lo que nos corresponde por derecho propio. Mejor dicho recuperar lo que alguna vez tuvimos.
La invisibilidad al palo
Tarde o temprano dejamos de ser invisibles, simplemente porque no somos infalibles. Si lo que querés es que sepan cómo te llamás, hay una sola vía segura para lograrlo: equivocarte. Equivocarte feo. Un error garrafal. Uno que genere ira instantánea y en cadena.
Afortunadamente, las editoriales están tomando cartas en el asunto para que los correctores logremos visibilidad: al imponernos plazos de entrega demenciales, nuestros nombres —e incluso la figura de nuestras madres— son cada vez más invocados, pero de todas maneras aún no logran plasmarse en la página de legales.







