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¿Por qué corregir un texto… en la era de la imagen?

«El día después» del clímax de la cultura visual ha llegado. Es hoy. Después de dos o tres décadas en las que la importancia relativa de lo visual cada año preponderaba más y más, un buen día libros, revistas, diarios, publicidad, páginas web, videographs de televisión y hasta los subtitulados de películas dobladas al castellano resultaron tortuosos, ambiguos, equívocos o directamente ilegibles.

Poco a poco, el poder de la imagen fue fagocitándolo todo en detrimento del texto, del mensaje escrito. Al principio nadie le dio importancia, fascinados por las nuevas tecnologías, las pantallas de alta resolución, el 3D y demás juguetes digitales.

La «fiebre de futuro» era tal que los grandes diarios y revistas de tirada nacional despidieron a sus correctores, las editoriales redujeron al mínimo su plantilla de editores —recomiendo la lectura del libro La edición sin editores de André Schiffrin— y las agencias de publicidad creyeron superfluo contratar a buenos redactores, suplantándolos por jovencísimos becarios impunemente explotados.

El colmo de la época fue el caso de una multinacional que gastó decenas de miles de dólares en crear una página web con excelsos efectos especiales, delicadas tipografías, los más sutiles Pantones, música sublime, fulgurantes videos que se abrían a la velocidad de la fibra óptica y demás parafernalia.

Llegó el día de la presentación de la extraordinaria página web, en un hotel cinco estrellas con cataratas de champagne francés e invitados de lujo. No hubo reparo en gastos, pero cuando proyectaron la imagen en una pantalla kilométrica, en medio de brindis y sonrisas ensayadas, algo falló.

Todo se detuvo abruptamente, música e imagen. El mundo de la velocidad frenó en seco, generando un silencio atronador. Entonces, todos los asistentes pudieron ver que en la pantalla congelada, además de impactantes imágenes, había texto.

En esos segundos de abstinencia visual, el director de la multinacional tuvo tiempo no solo de terminar su copa sino de leer el texto que —al pie— acompañaba al festival de texturas tridimensionales que «vendía» su marca. Fue entonces cuando pudo comprobar horrorizado que el texto estaba plagado de errores.

Quiso despedir al responsable del garrafal desliz, pero no pudo encontrarlo por una razón demasiado simple: no existía tal persona en ese enorme equipo de trabajo. Entre la infinidad de luminarias creativas que habían participado en la génesis de la página web no figuraba ni un solo editor, corrector ni redactor de contenidos. Requiescat in pace.

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